- No hay quien se resista a su esponjosidad
- De perfecta circunferencia
- Eterna tentación del placer culposo
No podríamos imaginar el mundo del pan y sus delicias sin una figura icónica: la redondez tentadora de la dona. Solemos asociarla con la cultura pop proveniente de nuestro vecino del Norte, Estados Unidos, pero pocos saben que los orígenes de la rosquilla se remontan a Holanda.
Allí, a mediados del siglo XIX, ya se hacían las olykoeks, o tortas de aceite. No tenían la forma de hoy en día: eran simplemente bolas de masa frita en manteca, las cuales se decoraban con nueces o se rellenaban de frutas, que generaban una explosión de sabor debido a la textura dorada de la olykoek.
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Tenían la limitación de que el centro de la torta no se cocinaba tan rápido como el exterior, por lo que el relleno siempre debía de ser comida o productos que no requirieran cocción.
La dona cruzó el Atlántico y pronto apareció en Estados Unidos. Lo simbolizaba a la perfección la señora Elizabeth Gregory, quien era madre de un capitán de barco de Nueva Inglaterra. Ella elaboraba su propia versión de la olykoek, espolvoreando canela, nuez moscada, y ralladura de limón a su creación, además de colocarle avellanas o nueces en el centro de la masa. Esto la inspiró a bautizar a su delicia como dough (masa) y nuts (nueces), generando así el nombre de doughnut (el paso del tiempo y la inevitable evolución del lenguaje redujeron esta palabra a donut).
No obstante, la dona seguía sin tener un hoyo en su esponjoso centro. Recordemos que este pan tenía una limitación: el centro siempre se quedaba pegajoso, puesto que no alcanzaba a cocinarse bien. Hansen Gregory (otro capitán de barco) decidió en 1847 que la mejor opción era perforar un agujero en el centro de la bola de masa, para facilitar el proceso de cocción. Este orificio, por tanto, aumentaba el área de superficie de exposición al calor, y toda la doughnut quedaba entonces perfectamente bien cocida.
En 1920, ya había aparecido la primera máquina para hacer donas en Nueva York. Allí, el ruso Adolph Levitt comenzó a venderlas en su panadería, e ideó una máquina para hacer los hoyos y las donas de manera más eficiente. Pronto, su producción en masa encantó a los neoyorquinos que visitaban los teatros de Broadway, y la dona (nuestra adaptación de la palabra inglesa doughnut) se volvió un símbolo del progreso.
Krispy Kreme abrió sus puertas en 1937, y Dunkin’ Donuts en 1950. Estas dos empresas alimentarían la locura por las donas, que ha llegado hasta nuestros días y esperemos nunca encuentre un final.
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